Cada vez me pregunto más si no
estamos haciendo de la vida colectiva y personal una suerte de time line, al
modo de las redes sociales. Un tablero donde todo es fugaz, etéreo, repentino,
consumible al instante y olvidable a los pocos momentos. Todo se ve (-que no se
observa-), Todo pasa, pero no es más que algo instantáneo. En definitiva, algo
meramente superficial y transitorio…
Me dirán ustedes, con toda la
razón del mundo, que todo, en sí mismo es fugaz, efímero: El tiempo, la vida,
las estaciones, las etapas de la vida, las flores, los… Efímero, sí…
“¿Y qué significa efímero? Preguntó
el principito.
Efímero significa: Que está
amenazado por una próxima desaparición. Contestó el geógrafo.
Mi flor es efímera y la he dejado
sola y solo tiene cuatro espinas insignificantes para defenderse del mundo,
pensó en alta voz el principito.”
Efímero, que no volátil. Todo
tiene, en su intrínseco ser efímero, su tempo, su propia cadencia necesaria.
Por eso mismo podemos preguntarnos, como hace el principito, desde la
profundidad y conciencia de esta realidad. Y podemos tomar partido, desde el
afecto y la reflexión profunda. Y tal vez, entonces, actuar en un sentido u
otro, pero un actuar que nace de lo hondo de uno mismo…
Este gran time line en el que
convertimos la vida, virtualiza su misma esencia, imposibilitando que la
cadencia necesaria de cada cosa, hecho y circunstancia se produzca. Existe, es
claro, por mera realidad. Pero lo obviamos acelerando los procesos
artificialmente. Anestesiando la percepción de la realidad que tiene su ritmo
propio. Es entonces cuando imposibilitamos las preguntas. Cuando bloqueamos
raciocinio y afectos más allá de la emotividad inmediata y fugaz. Cuando
impedimos, en definitiva, tomar partido desde el sentido profundo en la propia
vida personal como en la colectiva.
Creo que necesitamos ralentizar el
tempo, que no el tiempo que físicamente sigue su fluir efímero. Debemos
concienciar la cadencia necesaria que nos permita ser, profundizar, vivir…
Recuperar el ritmo real de las cosas. Salir de la anestesia colectiva en la que
entramos o en la que nos meten porque tal vez así seamos menos personas y más
masa, fácilmente manipulable y consumidora…
Nada tengo contra las redes
sociales. Las utilizo y disfruto de ellas de cuando en cuando. Pero no son la
vida, aunque reflejen una parte. La vida es otra cosa en su mismo ser efímero. Y
en esa transitoriedad pautada todo tiene su tiempo, su tempo, su ritmo y
cadencia. Disfrutemos de ese metrónomo natural que nos permite ser nosotros,
seres humanos en profundidad y plenitud, capaces de juicio crítico y toma de
postura…
El tiempo pasó en el vaivén de
cotidianos pretéritos. Pasa en el devenir angosto del hoy fugaz. Pasará en el
suspiro aún insospechado del mañana...