jueves, 10 de abril de 2014

Pasión. Luz



Se acerca la Semana Santa. Se airean hábitos de cofrade, de nazareno. Cruces de madera. Hachones de cera. Vírgenes y Cristos. Carrozas. Tronos. Bandas. Saetas. Silencios. Muchos vibran. Otros callan. Los más, indiferentes, viven su cotidiano vacacional. Tantas posturas como personas. Una Semana. La de pasión. Semana, mes, año… Uno mira al mundo y no cesa de ver cruces de tantos tipos: Hambre, pobreza, injusticia, dolor, desesperación, guerra, violencia, asesinatos, esclavitud, paro, enfermedad, problemas… (Pongan ustedes lo que crean…). Y de pronto recuerdo a aquella mujer que viendo un desfile procesional lloraba con toda la amargura del alma puesta en el mirar humedecido. En mi alma de niño aquella mujer y su llanto quedaron grabados para siempre. Viva imagen de la pasión profunda que cada uno vive en lo más hondo.  Lo más hondo…

Y ahí queda la cruz. No la de los imagineros. La cruz del hoy… Hoy… Día. Días de pasión…

En este mundo de muertes y pasiones ruge el viento del desconsuelo. Las ocres lágrimas y el duelo parecen extenderse cual niebla densa, profunda, anegando el alma en pantanosas simas. Tanto dolor. Tanta inexistencia en la esencia del existir… Diríase que el negro de tormenta arrecia en amenaza la llanura inmensa de la vida. Diríase. Mas tal vez no lo sea. Al menos no del todo… Solo tal vez…

El sol apenas rasga el bosque nuboso, pero consigue hacerlo fulgurando rayos de luz por doquier. Cualquier resquicio se convierte en potente hilo de luz visible desde cualquier distancia. Hilo que se hace calor y que genera prismas de luz multicolor, entrelazado al agua. Hilo que ilumina, calienta, refleja, llama… La misma negrura contiene luz, aunque nos cueste verlo. Luz… Cruz… La cruz, hecha vela arriada en lo más alto del horizonte, se hace paso, puerta, posibilidad, oportunidad, en la dureza inmensa de su ser. Dureza de madera con trazas de alma. ¿O es durezas del alma con trazas de madero? Paso hacia la luz… Cruz… Paso...Luz… Tal vez  solo sea que estamos amenazados de resurrección, una y otra vez, con tal que queramos vivirlo así, aunque no sea fácil. Aunque no lo sea… Nadie puede decir lo contrario… 

En este mundo de pasión necesitamos mirar más adelante, más allá, y empuñar la bandera del rayo de luz que rasga nubes, de la esperanza, de la resurrección en las pequeñas muertes cotidianas del desespero. Necesitamos el horizonte de la luz que siempre está. Siempre… Amenazados de resurrección con tal que queramos serlo porque hay que dejarse amenazar y ¡ay si todos lo hiciéramos! ¡Cuánta luz no se encendiera! ¡Cuánta luz rompiendo oscuridad! ¡Cuánto sentido! ¡Cuánta risa derramada desde los pozos de las mazmorras en que las encerramos! ¡Cuánto encuentro y reencuentro! ¡Cuánta paz! ¡Cuánto recomenzar a andar caminos o a abrir otros nuevos! ¡Cuánta luz no se encendiera! Si llegásemos a querer… 

Pasión, sí pero solo como paso hacia la luz que aliente pasos, muchos más, aunque vuelva la pasión. Pero el camino estará aprendido. Pasión. Paso. Luz. Pasos. Nuevos pasos… Y en el horizonte la inmensidad hecha crepúsculo y aurora. La inmensidad…




miércoles, 9 de abril de 2014

De concordias y discordias




Escribí este artículo hace días dejándolo en la condena del ostracismo. Sin embargo, a costa de ver noticias a diario, lo desempolvo con un cierto grado de indignación necesaria…


La concordia fue posible. Un hermoso epitafio para una vida digna con tintes de servicio. Me refiero a Adolfo Suárez. Pues bien, desde este blog me uno al homenaje merecido a su desparecida figura.


Siempre me ha llamado la atención la idealización que la muerte trae de las personas fallecidas. De pronto parece que necesitásemos hacer una hagiografía de andar por casa del difunto. Es cierto que al final, lo que nos queda de las personas es aquello bueno que vivimos con ellos y de ellos, obviando la parte negativa que todos portamos. Creo que tal hecho es un ejercicio inconsciente y válido para nuestro propio aprendizaje vital así como un elemento vivificador para los sufrientes seres queridos en su proceso de duelo. En la caso de D. Adolfo Suárez ésto ha sido más manifiesto si cabe, hasta el extremos de llegar a una suerte de mitificación que los tiempos están –tal vez- marcando como necesidad. Al respecto me parece muy valiosa la reflexión de D. José Antonio Marina en un artículo de prensa (http://www.elmundo.es/espana/2014/03/25/5330d47a268e3eb22c8b4586.html). Nuestra sociedad necesita mitos a los que agarrase en tiempos de crisis en los que parecen haberse perdido determinadas referencias que, o fueron, o se aceptaron y curtieron colectivamente, aunque hubiese diferencias y matices.


Y aquí llegamos a la madre del cordero: Suárez hizo posible, a costa de su desgaste personal y político, de mantener una postura personal, política y decisoria, generar un avance colectivo donde la concordia fue posible, salvando muchas diferencias, muchas posturas enconadas. Fue posible el entendimiento en la variedad. Fue posible porque en la presión de unos y otros se limaron ciertos aspectos, se dejaron aparte radicalismos posicionales de verdades propias e inamovibles por crear un mito, un sueño colectivo necesario en forma de sociedad democrática igualitaria y plural.


Hoy da la impresión de que todo el mundo cede al radicalismo de la propia verdad. Todo el mundo parece empeñado en tener razón y atacar por doquier al otro en una suerte de enconamiento en espiral creciente que lleva a posturas violentas de distinto tipo. El otro es visto en demasiadas ocasiones como un enemigo a batir, como un alguien a quien juzgar, criticar e incluso denunciar en su propio ejercicio profesional. El otro se convierte en sospechoso de no ser coherente con lo que hace y si lo es se le tilda de radical en su postura -y a lo que menos me refiero es a ideas políticas sino al día a día de cada uno-. La crisis, sin duda, ayuda a ese enconamiento. Los medios de comunicación al servicio de ideas de tinte económico interesado que maneja el ente político -la res pública en sentido latino- contribuyen con descaro a esa escalada de insatisfacción. La pluralidad se ha convertido no en un tapiz multicolor de convivencia, que es lo que debe ser y lo que todos ansiamos, para convertirse en una lucha de colores entre sí (otro asunto es que mucho responde al juego al que nos someten aquellos que manejan como nadie el divide y vencerás, pero eso merece artículo aparte). Conviene recordar que la variedad cromática es necesaria y da la belleza. La lucha  menuda,  diaria, nos llevaría al negro o al blanco, al monocromo donde nadie estaría a gusto. Y ahí estamos, en no estar a gusto en este panorama...


Ahí surge la figura de Suárez y su epitafio, con tintes míticos o reales, la concordia fue posible, para recordarnos que fue pero que debe ser, ahora más que nunca. Debe serlo en el día a día. Protestando, reivindicando “juntos”, si hay que hacerlo, claro está, pero dejando a cada uno ser lo que es y respetando a todos. Dejando que el médico lo sea sin que tenga miedo a ser denunciado o agredido. Que el maestro lo sea sin que los padres le den lecciones de cómo hacer su trabajo o tratar a su niño -que no es el único aunque lo sea- o se vea amenazado o agredido. Dejando al que piensa para un lado que lo haga sin señalarle con el dedo, como el que piensa para otro distinto. Que... Pero en el día a día, en lo pequeño, en el encuentro del trabajo y del café en el bar, en la relación profesional, en la relación familiar, en... Y juntos buscar lo mejor para todos y reivindicarlo desde la postura que tenga cada uno, pero sumando, siempre sumando... Porque cada vez que me enroco en "mi verdad" pierdo la posibilidad de enriquecerme con "la verdad" del otro, me empobrezco y, tal vez, me radicalizo y ahí la concordia no es posible, tal vez solo sea la violencia de pequeña o gran escala... Nada que ver con el remar hacia un sueño colectivo y construirlo…


No esperemos grandes respuestas desde fuera. Empecemos a construir desde dentro, desde abajo. Retomemos el ejemplo del mito necesario, del referente ideal, para empeñarnos en hacer de la concordia una bandera compartida, una bandera que pueda ser posible una y otra vez...