El pasado domingo disfruté de un
bonito aunque duro día de montaña. Mi cuerpo, después de una subida con nieve -y
su bajada correspondiente- a unos 1750 metros de altura, pedía auxilio en cada
centímetro y aún dos días después reclama clemencia... A pesar de todo fue un
día estupendo que debo agradecer a Alfonso, experto en estas lides, y a Carlos
que se caracteriza por sus buenas dotes físicas. Así que, ya suponen ustedes
que el “piltrafilla” del grupo era este “menda lerenda” con sus botas
desgastadas de doce años, y sus dos palitos de apoyo. ¿Imaginan la escena?...
He de decir que, salvo caídas repetidas en el tramo de bajada, a rebufo y
resoplando, hice un digno papel para ser neófito…
La cuestión está en que, en el
silencio de la montaña, bajo un hermoso sol, y subiendo y bajando me dio por
pensar en algunas cosas. Ya ven ¡Qué tontería!...
El inicio fue sencillo, aún por
terreno sin nieve, y con una leve subida que invitaba a seguir. ¿Cuántas veces
en la vida no nos pasa lo mismo? Nos ilusionamos ante lo nuevo, vemos que es
interesante, viable, nos ilusiona, pero, inevitablemente… Comienza la subida
con su nieve de diferente dureza y espesor a cada tramo. Paso a paso hay que ir
tanteando con prudencia a la vez que con firmeza, con respeto, pero sin
dudar…Así, empezamos a subir por una canal –como dicen por esta zona-, no sé si
escogida al azar o tomada por una razón concreta... El caso es que pronto
dejamos la comodidad y se hizo necesario el ir afrontando la subida encontrando
un ritmo propio, cada uno el suyo, nunca igual para todos, pero en cierto modo
acompasado. Curiosamente, en diversos tramos no fue el mismo el que fue abriendo
camino al resto, como si hubiese habido un pacto invisiblemente escrito. El que
iba delante abría camino a todos… Dejaba una huella necesaria para facilitar la
subida a los que iban por detrás. En ocasiones, aprovechaba huellas abiertas
por otros caminantes desconocidos que pasaron antes. Otras veces, se enfrentaba
a la masa de nieve uniforme, virgen, resbaladiza y había de golpearla
laboriosamente para trazar una nueva huella, un camino por el que transitar…Y
así hasta la primera loma. Un descanso para recuperar y contemplar y nueva
ascensión con trazas semejantes… Loma a loma ascendimos, aunque no logramos
hacer cima. Lástima… Por decisión unánime emprendimos la bajada. Cortamos a la
izquierda por toda una ladera hasta llegar a terreno más favorable. Fue un
tramo peligroso en el que pasé miedo… Nieve muy dura. Helada. Ninguna huella.
El que iba por delante golpeaba con botas y bastones para abrir una pequeña
muesca suficiente para afianzar el pie y dar un paso más. Más de media hora
para menos de cien metros… Era difícil ir abriendo nuevo camino pero era peor
opción retroceder y buscar otra senda… Abrir camino por la nieve helada y dura…
Pronto llegamos al punto de corte donde se alternaban rocas desnudas y nieve, a
veces helada, a veces muy reblandecida. Tan pronto resbalabas como metías el
pie hasta la rodilla… Mis posaderas probaron en varias ocasiones las delicias
de la nieve hasta topar el pie con una pequeña roca que frenase la caída…
Aunque juntos en el camino, en ese momento estás solo y debes parar tú y
levantarte clavando pies y bastones de apoyo y reencontrar el camino… Y paso a
paso, colocando bien los pies, ir descendiendo hasta el refugio que marcaba
nuestro punto final de ruta…
¿No es la vida muy parecida?
Saber caer. Saber levantarse. Seguir huellas ya trazadas. Abrir nuevas huellas,
nuevos caminos. La seguridad del camino ya trazado no es necesariamente el
camino a recorrer aunque a veces parace prudente el hacerlo... Al fin, en
cierto modo, cada uno va haciendo su camino. A veces alguien va por delante.
Otras vas tú mismo abriendo camino… Paso a paso. Firme o resbalando. Prudente o
arriesgado… Loma a loma. ¿Se alcanzará la cima?... ¿”Por qué esa canal y no
otra”? Avanzar sin retroceder… Abrir surco por difícil que sea… Recoger de los
demás pero también arriesgar por los demás…
Creo que la montaña se convirtió
en metáfora y me enseñó mucho más que el disfrute de un hermoso día… Dolorido
aún, recordando un difícil rato de despotricar en la bajada tras caídas
sucesivas y alguna magulladura me digo, pensando en la vida, lo que una alumna
escribió tras una actividad en una mañana de convivencia: “Nadie dijo que fuera
fácil, sólo que merecía la pena”… Y mereció la pena y la merece. Cada día. La
montaña de la vida…