Estamos ante días entrañables.
Entrañables, sí, de entraña. Y entraña
proviene del término latino “(del pl. n. lat.) interanĕa”, literalmente:
“intestinos”. Así pues cabe pensar que
estamos en días de dar hartazgo a la entraña a base de comidas y cenas de
sobreabundancia… Es una opción a contemplar, mientras nos sentamos a la mesa con esos
familiares, amados o no tanto, durante las horas que faltan -a menudo- durante
el resto del año. Sin olvidar, claro está, los presentes que acompañan el
mencionado acopio gastronómico y enológico. Tal interpretación, muy extendida por otro
lado, me parece altamente reduccionista, sonándome a una revivificación de las
intensas Saturnales romanas que ocupaban estas fechas (creadas –curioso- para
animar al pueblo tras una gran derrota militar).
Por mi parte prefiero recuperar otras
acepciones de la palabra que recoge nuestro DRAE: “2. f. Parte más íntima o
esencial de una cosa o asunto. 3. f. pl. Cosa más
oculta y escondida. 4. f. pl. El centro, lo que está
en medio. 6. f. pl. Índole y genio
de una persona”. O lo que es lo mismo: lo que es más nuestro y esconde o
guarda nuestra mismidad y centralidad, aquello que es plenamente esencial. Pues
bien. Creo que estas fechas, efectivamente, son entrañables. Lo son porque van
a la entraña. Porque Dios, desde un punto de vista creyente cristiano, quiere
entrañarse en cada uno. Llegar a esa entraña. Hacerse entraña con entraña.
Tocar y habitar esa centralidad, mismidad intimísima de cada uno. Dios quiere
entrañarse en ti, en mí, en todos. Hacerse entraña en la entraña. Habitar el
profundísimo portal de cada uno. Dar vida desde el centro de la propia vida.
Entraña que recibe y entraña que fluye. Porque la vida de cada uno acaba
hablando de lo que sale de la entraña. De lo que hay en la entraña. De lo que
hay en el corazón. El entrañar a Dios mismo, en ese recuerdo del Dios niño que
se hace hombre, remueve necesariamente la entraña y la proyecta hacia los
demás. Así pues, la Navidad es entrañable. No puede ser de otra forma. Si no se
da en la entraña de uno. Si la entraña no se mueve en sentido centrífugo, en un
segundo paso, celebraremos otra cosa, pero no la navidad…
Si esto es así. Si Dios se entraña.
Se hace entraña con entraña. La Navidad será por afectividad y recuerdo, unos
días en el año. Pero será un año entero de Navidad porque quien se deja
entrañar ya no puede vivir del mismo modo. Y de pronto, con su altos y sus
bajos, con sus virtudes y defectos más atroces, se pone a caminar día tras día,
desde dentro, desde el fuego interior avivado y contemplativo, en pro de los
demás, especialmente de los anawines, de los más débiles, de los necesitados…
Entrañable, sí…
Así pues, bendita y entrañable Navidad. Lo deseo para todos. Desde mi pequeña y humilde entraña.
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