Hace
unos días, en un lugar por el que suelo pasar a menudo, colocaron una preciosa
y llamativa rosa en su jarroncito. Iba complementada su belleza por una gran
hoja verde y unas minúsculas florecillas blancas. Les confieso que aquella rosa
roja llamó mi atención por su hermosura y lozanía. Tanto que me acerqué a
aspirar su aroma y a disfrutar de su encanto. Aquella belleza me hizo
sonreír y dar un sesgo de optimismo y
alegría a un ajetreado día. Para mi sorpresa, apenas día y medio después
aquella extraordinaria rosa se hallaba completamente mustia y consumida. Tal
visión me recordó aquella frase del Principito donde un geógrafo le asegura,
ante la gran sorpresa del pequeño personaje, que su flor es efímera… Apenas me
fijé en más. Unas horas más tarde la rosa original había sido sustituida por
una magnífica rosa blanca. Era preciosa, fresca, hermosísima en su sazón. La
gran hoja verde, que ya empezaba a dar atisbos de sequedad, allí seguía, al
igual que las pequeñas florecillas. Pero toda mi mirada se dirigió a la rosa…
Sonreí y proseguí mi labor. Pero la historia se repitió una vez más. En no
mucho tiempo aquella efímera belleza estaba mustia y arrugada al igual que la
hoja que le daba sostén y cobertura. Entonces caí en la cuenta: Aquellas
minúsculas flores blancas, en las que apenas había reparado, mantenían su
hermosura y lozanía como el primer día. Eran realmente bonitas en su
simplicidad… Y aquello, se lo confieso, me hizo pensar: ¿Cuántas veces nuestra
mirada, tal vez nuestro anhelo, se fija en lo llamativo, en lo espectacular, en
lo que entra de primeras por los sentidos, sea lo que sea? ¿Cuántas veces nos
dejamos llevar por esa seducción, tantas veces prefabricada, dejando pasar
otras bellezas y bondades más duraderas, más sinceras, más de segunda línea –o no-
pero quizá más auténticas? ¿Cuántas florecillas blancas perdemos a diario en
nuestra vida porque ni siquiera las miramos? ¿Cuántos detalles de tantas
personas obviamos? ¿Cuántas cosas auténticas dejamos pasar sin darnos cuenta?
¿Cuánto hechos y, seguro, personas no valoramos en su justa medida en nuestra
vida y tal vez nos damos cuenta tarde de su importancia? ¿Cuántas…?... Como ven
sólo son interrogantes, pequeños interrogantes, tal vez sin importancia, a no
ser que miremos la vida desde otro punto de vista -pero eso, quizá, sea otro
asunto. ¿O no?-… Lo cierto es que hoy, por encima de la belleza de aquellas
rosas y su aroma, mi recuerdo se queda con unas minúsculas florecillas blancas
que siempre estuvieron ahí y perduraron mucho más, con toda su discreción de
segunda línea -o tal vez de primera encubierta-. Así de simple, así de hermoso…