Se nos acaba un año… Hoy y mañana, al igual que los próximos
días, enhebraremos la retahíla consabida de felicitaciones y buenos deseos, lo
cual no está mal siempre que sean deseos de verdad y no formulismos vacíos de
contenido… Hoy y mañana también dejaremos escapar, a buen seguro, aquello de
“que se vaya de una vez” ”vaya un añito desastroso” y exquisiteces semejantes
no exentas de cierta razón… Pues bien, les invito a respirar un momento y mirar
hacia atrás con cierta paz y sosiego… Seguramente han sido muchos los motivos
que han hecho que el ya casi extinto 2011 haya sido un año para echarse a
temblar pero, por favor, lean entre líneas. Rebusquen los abrazos, sonrisas,
momentos de alegría, las satisfacciones, lo mucho recibido y aprendido incluso
de lo negativo… No. No lo dejen tan pronto. Sigan rebuscando y no pongan esa
cara de “venga ya… no te quedes con nosotros”… Rebusquen ustedes…
Cuando llegó el momento de la cosecha una familia se acercó
a sus campos. Habían pasado muchos meses trabajando sin descanso: arar la
tierra y prepararla, sembrar la semilla, limpiar la tierra de cuando en cuando…
Meses de desvelos, esfuerzos y esperanzas… Las heladas prolongadas habían
acabado con parte del cereal naciente… Las lluvias excesivas de primavera
habían conseguido que se pudriera parte de la cosecha… La cosa no pintaba bien
pero aún había espigas que ya granaban… Por fin, un pedrisco veraniego arrasó
casi al completo la cosecha… La familia al borde de su terreno contemplaba
estupefacta el desolador panorama… Todo el esfuerzo no había valido para nada y
tal como estaban los tiempos… Los lamentos se multiplicaban entre juramentos al
cielo del duro agricultor y lágrimas amargas de su mujer que acariciaba a sus
hijos… Cuando el silencio se hizo denso y angustioso suspendido de las miradas
incrédulas hacia el terreno arruinado se elevó segura la voz del hijo más
pequeño: “Papá, mamá, no os preocupéis. ¿No habéis visto la cantidad de flores
que han salido en nuestro campo? Son preciosas. A lo mejor les gustan a todos…”
Sin apenas haber terminado de decirlo se metió en la tierra y comenzó a recoger
aquellas hermosas flores. Lo hacía con un cuidado extremo para su pequeña edad
y las iba clasificando en montoncitos de flores semejantes. Mientras lo hacía
cantaba una alegre melodía. Sus hermanos, un poco más mayores que él,
comenzaron a reírse y se metieron a la tierra a ayudar a su hermano. Pronto los
tres reían y cantaban a pleno pulmón. Finalmente los padres, tras mirarse entre
sí, dieron el paso hacia la tierra y se unieron a la labor. Dicen en el pueblo
que aquel día aquella familia vendió y regaló un montón de flores contagiando
una gran alegría a todos. Y cuentan las crónicas del lugar que guardaron y
compraron semillas de todo tipo de flores que plantaron en algunos de sus
campos y en los de los demás…
Ya ven ustedes… Encuentren las flores, que las hay y
disfruten de ellas. Y miren el nuevo año, que se nos da, como oportunidad de
sembrar flores, muchas... Que heladas, lluvias y pedriscos habrá seguro –es la
vida- pero nunca debemos olvidar al niño haciéndonos encontrar las flores y el
sentido de las mismas...